**Puedes acceder a nuestro podcast «Psicología, Educación y Ciencia«, y escuchar el episodio en cualquiera de los siguientes enlaces de iVoox o Spotify. Ya está disponible el segundo episodio, en el que hablaremos sobre el comienzo de las emociones en la primera infancia o infancia temprana.
En este post, responderemos algunas cuestiones que nos planteáis ante de acudir a consulta: ¿podemos trabajar el desarrollo emocional de mi hijo? Solo tiene 2 años, ¿no es muy pequeño?” o “Mi hijo tiene dos años y sus rabietas son muy fuertes, ya no sabemos cómo calmarlo ¿esto es normal? ¿podemos hacer algo?”. Para comenzar a responder a estas preguntas, primero debemos conocer cuál es el desarrollo que consideramos “normal” en el niño, entendiendo el concepto “normal” como lo más frecuente en ese momento de la vida.
La Psicología del Desarrollo es la disciplina que se encarga de estudiar, precisamente, el desarrollo a lo largo del ciclo vital, es decir, desde el nacimiento hasta la etapa de la vejez. Nosotros, en esta entrada, nos vamos a centrar en los dos primeros años de vida, la etapa que se conoce como infancia temprana o primera infancia.
Como podéis imaginaros, las emociones están presentes desde el nacimiento, constituyendo el desarrollo emocional un ámbito más del desarrollo (como puede ser el desarrollo físico o el desarrollo cognitivo).
Para poder hablar de educación emocional necesitamos saber qué es una emoción y qué implicaciones para la práctica se derivan de este concepto. Tal y como explica Rafael Bisquerra, investigador y estudioso de este concepto, una emoción se produce -de forma muy resumida- en tres pasos:
De acuerdo con este proceso, en general, puede afirmarse que una emoción es un estado complejo del organismo que se caracteriza por una excitación o perturbación que nos predispone a la acción (Bisquerra, 2000). Y entonces, es aquí cuando introducimos la variable de la conducta.
Es decir, podemos afirmar que hay una conexión enorme entre las emociones y el comportamiento. Con lo cual, las rabietas que encontramos en determinadas edades (por ejemplo, a los dos años) no dejan de ser la expresión de que alguna situación les desagrada o de que están sintiendo alguna emoción que les resulta desagradable y difícil de gestionar. A veces, toman actitudes positivas y la situación frustrante se resuelve antes, pero en otras ocasiones no se comportan como esperamos o como nos gustaría que hicieran. Esto se explica, principalmente, debido a la inmadurez de su cerebro.
Conociendo todo esto, es importante que, como padres, entendáis que vuestro hijo o hija se encuentra en una etapa de su desarrollo en la que, simplemente, es incapaz de controlar sus emociones. Entender esta idea, os ayudará a ver la situación de forma más constructiva, y dejaréis de pensar que esa rabieta o comportamiento negativo se trata de un desafío. Además, no solamente os permitirá gestionar la situación de forma más calmada, sino que también comenzaréis a ver esas rabietas como oportunidades (oportunidades para darles herramientas para que vayan llenando su mochila emocional, para enseñarles a reconocer esas emociones y a darles un sentido).
Aprovecha esos momentos para validar sus emociones y para darles un nombre (por ejemplo: “’Sé que estás triste porque el quiosco está cerrado y no podemos comprar las chucherías que quieres”, con esta respuesta, tratamos de hacerles saber que sus emociones tienen una causa que las desencadena). Y podemos continuar con: “¿Qué te parece que esta tarde hagamos tu postre favorito?” (con esta respuesta, orientamos a nuestro hijo a pensar en soluciones y a calmar su ansiedad y, por consiguiente, la rabieta, con mayor eficacia).
No sirve solamente decirle que se calme, porque su cerebro es incapaz de responder a esa instrucción. Depende del adulto el ayudar al niño o a la niña a reconocer y a describir sus emociones con palabras, un paso necesario para poder gestionarlas en etapas posteriores.
Vamos a comprobar ahora cómo van apareciendo esas primeras emociones en las primeras etapas de la vida.
Durante los dos primeros años, los bebés reaccionan en un principio al placer y al dolor, y posteriormente, según van interaccionando con su entorno, a patrones más complejos (Lewis, 2010). En un principio, básicamente lloran para expresar su desagrado o incomodidad, cuando tienen hambre o sienten dolor, se asustan o se cansan.
Muy pronto, van apareciendo otras emociones (Lavelli y Fogel, 2005), como por ejemplo la curiosidad, que comienza a ser evidente a medida que los bebés reaccionan a los objetos y a las experiencias nuevas. También aparece la conocida sonrisa social, esa sonrisa dibujada en los rostros de los bebés de 6 semanas, que surge ante la presencia de un rostro humano, frecuentemente familiar.
La sonrisa social y las primeras risas aparecen a medida que la corteza cerebral madura (Konner, 2007). Todos los bebés, independientemente de su cultura o procedencia, expresan alegría social e incluso carcajadas entre los 2 y los 4 meses (Konner, 2007; Lewis, 2010). La risa se va consolidando al mismo ritmo que la curiosidad. Por ejemplo, una conducta típica a los 6 meses, es reírse a carcajadas cuando se descubren cosas nuevas, especialmente cuando se trata de experiencias sociales, que tienen el equilibrio justo entre la familiaridad y la sorpresa, como cuando un rostro conocido pone una cara graciosa.
A medida que va madurando el cerebro de los bebés, van apareciendo otras emociones un poco más desagradables que las anteriores. A los 6 meses se hace evidente el enfado, por ejemplo, cuando se le impide a un bebé coger un objeto que desea.
El miedo propiamente dicho hacia una persona, cosa o situación aparece a los 8 meses y pronto se vuelve más frecuente y más evidente (no simplemente el desasosiego que puede provocar una situación sorpresa) (Witherington y cols., 2004). Existen dos tipos de miedos sociales bien reconocidos:
Observamos también un salto importante en el desarrollo emocional cuando los niños empiezan a caminar. A partir de este momento, observamos que sus emociones van adquiriendo más fuerza y son cada vez más intensas (Izard, 2009). Por ejemplo, a partir del segundo año, el enfado y el miedo se vuelven más focalizados, dirigidos hacia las experiencias que lo sacan de quicio o que son aterradoras. De igual modo, la risa y el llanto son mucho más fuertes.
Aparecen nuevas emociones un poco más elaboradas, como el orgullo, la envidia, la vergüenza, el asco, la indignación y la culpa (Stevenson y cols., 2010; Thompson, 2006). Estas emociones requieren de lo que llamamos conciencia social, que se gesta en las interacciones familiares y es influida por la cultura (Mesquita y Leu, 2007).
Además de la conciencia social, otro pilar imprescindible en el desarrollo emocional de los niños y niñas es la conciencia de uno mismo. La comprensión de que el propio cuerpo, la mente y las cosas que ellos hacen están separados de los de las otras personas (Kopp, 2011). Los bebés muy pequeños no tienen sentido de sí mismos, al menos del sí mismo o del yo como la mayoría de las personas lo definen (Harter, 2006).
Esto se demuestra en un experimento clásico (Lewis y Brooks, 1978). Se colocaron bebés de 9 a 24 meses de edad frente a un espejo después de pintarles la nariz con pintalabios sin que se dieran cuenta. Si los bebés reaccionaban tocándose su nariz, quería decir que sabían que el espejo reflejaba su rostro. Ninguno de los bebés menores de 12 meses reaccionó como si se hubiesen reconocido en la imagen (algunas veces sonreían y tocaban la punta de la nariz del “otro” niño en el espejo). Sin embargo, entre los 15 y los 24 meses, los bebés usualmente demostraban tener conciencia de sí mismos, tocándose la nariz con curiosidad. El reconocimiento de su propia imagen en la prueba del espejo comienza alrededor de los 18 meses, junto con otros dos progresos: la simulación y la utilización de pronombres en primera persona (yo, mí, a mí, mío) (Lewis, 2010).
Es hacia los 2 años de edad cuando los niños pueden comenzar a desplegar ya todo el abanico de reacciones emocionales. Se les ha enseñado aquello que se considera aceptable para su familia y su cultura (Saarni y cols, 2006). A veces ajustarán su comportamiento a lo que se espera de ellos, y en otras ocasiones, como comentábamos antes, no lo harán.
La maduración del cerebro participa de todo el desarrollo emocional que acabamos de describir. Para apoyar al proceso de maduración cerebral necesitamos dos pilares básicos: una buena nutrición, y una riqueza de experiencias, una estimulación adecuada por parte del entorno. Todo ello favorecerá también su desarrollo emocional.
De hecho, toda la investigación concuerda en que algunos rasgos del temperamento tienen influencia en el comportamiento de las personas, incluso en que algunos rasgos perduran y florecen en la personalidad adulta. Pero también confirma que esos rasgos son solo una parte de la historia de desarrollo personal. El contexto siempre moldea la conducta.
Cada emoción del ser humano es influida por los genes de esa persona, a lo que llamaremos temperamento. Por lo tanto, un bebé puede ser feliz o miedoso no solo debido a la maduración, sino también a causa de la combinación de varios alelos en muchos genes. Por supuesto, aunque el temperamento viene con los genes, la expresión real de la conducta está influida por la experiencia (el resultado de los métodos de crianza, la cultura y el aprendizaje del niño) (Rothbart y Bates, 2006).
Si las rabietas aparecen con mucha frecuencia, intensidad o duración; si observas que tu hijo tiene dificultades con su desarrollo emocional; o si tú mismo o tú misma tienes dificultades para llevar todo lo anterior a la práctica, pide ayuda profesional. Este podcast ni cualquier otro material que puedas encontrar puede ni debe sustituir el consejo profesional. Asegúrate de que los profesionales que te atiendan sean especialistas y dispongan de la formación y experiencia adecuada.
Para la gestión de las rabietas y el apoyo emocional a los más pequeños, nosotros trabajamos bajo el enfoque de la disciplina positiva. Hablaremos de esta cuestión con más detenimiento en otra entrada.
En nuestro programa de coaching parental te daremos las herramientas paso a paso para que aprendas a gestionar las rabietas de tus hijos desde la disciplina positiva. Para comenzar, solo tienes que reservar una cita previa. Puedes hacerlo a través de las siguientes vías: en nuestra página de Facebook, rellenando el formulario de contacto que encontrarás en la página web alfapsicologiainfantil.es, llamándonos por teléfono (923 064 181) o vía WhatsApp (722 284 688). En menos de 24 horas nos pondremos en contacto contigo.
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Comparte con nosotros vuestras estrategias para acompañarles en las rabietas, o para ayudarles a comprender y gestionar sus emociones, seguro que para otras madres y padres puede ser muy útil.
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